En el funeral todo lo que podía ver era el techo de la habitación y las paredes de mi ataúd. Era un ataúd bonito, elegante y alegre. Tal vez suene estúpido pero tenía que fijarme en esos pequeños detalles, ese ataúd iba a ser mi hogar hasta que… ¿Hasta que? ¿Que seguía de eso? Ni en ese entonces lo sabía ni hoy lo se. Se acerca mi madre. La veo devastada, perdida, impotente. Mi hermana trata de calmarla:
Calma mamá, el esta en un lugar mejor ahora.
¡Aquí! ¡Aquí abajo! ¡Hola!Consideren que en ese momento yo estaba igual de sorprendido que ellos. Claro, yo lo vivía todo desde otro ángulo. Desde el ángulo más horrible en que se puede vivir una situación diría yo. El ángulo del que esta y no esta, es que es y no es.Yo era testigo silencioso de llantos, tristezas, alegrías, enojos, oraciones maldiciones y todo tipo de sentimientos que ni la mas vasta de las conciencias soportaría (es increíble todo lo que puede caber en un funeral).Y así pasaron las horas, y me di cuenta de algo, yo era igual que ellos, igual de ingenuo. Desperdiciaba todo tipo de líquidos corporales en memoria del difunto, creyendo que le hacia un favor a sus familiares y a el, que lo ayudaba a llegar a un lugar mejor. Pero al igual que ellos ignoraba la estúpida sencillez de la muerte.
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